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jueves, 13 de octubre de 2011

NIÑOS INDIGO: AURAS

Es invierno de 2001 en la ciudad de Buenos Aires, domingo por la tar­de; la familia Roganti sale de un cine céntrico donde exhiben filmes de Dis­ney. Después de la película, la joven pareja y su hijo repiten el clásico cir­cuito porteño paseando por la gran calle de las librerías, exultante de ofer­tas, pizzerías, puestos callejeros, olor a incienso. Una librería Megastore, con varias plantas, recientemente inaugurada, les llama la atención y entran.

Nacho -que apenas habla, pero camina a la velocidad que le per­miten sus cuatro añitos- avanza férreamente agarrado de la mano de su madre, Adriana, quien a su vez, en la otra mano, sujeta un volante que acaba de tomar de un mostrador, cuya lectura la deja intrigada: "co­nozca lo que dice su aura; su personalidad y sus estados de ánimo", le propone el folleto.

Mientras su marido deambula entre las mesas de libros y objetos, Adriana -tentada por la curiosidad- se adelanta con el pequeño Na­cho y enfila al misterioso gabinete: una habitación del local comercial donde se ofrece la "lectura de auras". Al entrar, encuentra una compu­tadora conectada a una pequeña caja metálica en la que, para acceder a la experiencia, debe apoyarse la mano; una cámara de video montada so­bre el monitor registra al consultante. Nacho, literalmente, "le gana de mano": apoya sus deditos en la caja y se instala en la butaca. El encar­gado asume que se inicia la consulta y activa el programa en la compu­tadora. Inmediatamente, los colores irradiados por la imagen fija -que hasta entonces poblaba la pantalla a modo de muestra- comienzan a di­solverse y a proyectar estelas que cobran tonalidades cambiantes para definirse, finalmente, en un azul luminoso en torno a la figura del niño.

El operador e intérprete de la sesión le explica a Adriana las carac­terísticas del estudio, tras lo cual imprime un resultado, que le entrega, con el siguiente texto:

El color azul suele predominar áuricamente en la zona de la ca­beza, proyectándose con más intensidad desde la coronilla. Per­tenece al 5° chakra -el chakra laríngeo- y su energía, bien ca­nalizada, ayuda a impulsar la expresión, la expansión manifies­ta de las ideas y sensaciones percibidas desde el exterior, preci­samente porque este tipo de aura coincide con quienes tienen cierta tendencia introspectiva.

El azul da cuenta de una intensa espiritualidad y la búsqueda de un orden nuevo. Es un color ligado a la necesidad de cambio, que sus portadores procuran mediante una curiosidad muy fuer­te, aunque casi siempre discreta, silenciosa. Son personas gene­ralmente reservadas y críticas. Presentan una falta de seguridad ante las cuestiones prácticas y materiales de la existencia. Pero esto lo complementan con una profunda certeza interior; tienen una noción universal e integradora del mundo, son solidarios y sensibles a todo lo vivo.

Adriana queda absorta ante el diagnóstico. Recuerda las frecuentes anginas de su hijo, curadas, por lo general -tal como le hizo notar una psicopedagoga- tras alguna confesión angustiante que el pequeño te­nía "atragantada". Repasa mentalmente la cantidad de episodios en que el niño escondía ciertas audacias y descubrimientos propios mientras, por otro lado, se achicaba ante cuestiones menores, meramente prácti­cas, como la hora del baño. Siente que todo lo que ha escuchado coin­cide, esencialmente, con la naturaleza más íntima de su hijo, aún muy pequeño, ya dueño de una personalidad incipiente.

-Es increíble -dice conmovida, en voz alta, olvidando las presen­cias y el lugar; habla para sí misma.

-No, má, tienes que creer -la corrige su pequeño hijo desde la buta­ca, con total naturalidad, como si todo fuera apenas un juego de palabras. El fenómeno índigo debe su nombre al color proyectado por el aura de estos niños, no sólo registrable mediante las cámaras Kirlian, sino también captado por ciertas personas especialmente dotadas. Sin embargo, las per­cepciones, dones, virtudes, métodos, vivencias, expresiones de los niños índigo van mucho más allá de este síntoma energético que, en sí mismo, ha funcionado como indicio y como un modo de designarlos.

El tema del aura, tan controvertido como fascinante, presenta dife­rentes lecturas y, por cierto, diferentes interpretaciones.

Los testimonios de dos especialistas consultadas en esta investiga­ción ofrecen datos y elementos que abordan desde distintas ópticas la presencia del fenómeno.

María Luisa Pastorino, médica psiquiatra recibida en la Universidad de Buenos Aires, homeópata, autora de artículos y textos varios acerca de las terapias vibracionales, brinda un repaso histórico valioso para in­troducirnos en la relación del aura con la naturaleza humana. En su li­bro La medicina floral de Edward Bach se remonta históricamente:

"Desde antiguo se sabe que todos los seres vivos emiten o están inmersos en un campo energético. Personas sensi­bles o que hoy llamaríamos con propiedades paranormales, pudieron observarlo. Ha sido representado en la iconogra­fía de la antigüedad, tanto en Oriente como en Occidente, atribuyéndole cualidades espirituales. Se lo denominó de muy diversas maneras: aura, atmósfera psíquica, ropaje del alma, esfera de la vida, fuerza magnética, fuerza vital, cuer­po etérico, doble etérico. Paracelso habló de él. Hahne­mann lo llamó fuerza vital y basó en ella su medicina ho­meopática. Mesmer realizaba curaciones actuando sobre el campo energético y llegó a afirmar que `todo en el univer­so está unido por medio de un fluido en el que están in­mersos todos los cuerpos'. En 1845, el barón Karl von Rei­chenbach, industrial y científico alemán, realizó un estudio sistemático sobre el mismo; señaló que esa energía era una propiedad universal de la materia y la denominó Od, esta­bleciendo que había un Od positivo y un Od negativo.

Fue el médico inglés Walter Kilner, jefe del departa­mento de electroterapia del Hospital Santo Tomás, de Londres, el primero que demostró la existencia de este fenómeno.

Kilner, conocedor de las descripciones de ocultistas y videntes, que había leído a Leadbeater, ocultista de nota que perteneció a la Sociedad Teosófica Inglesa, sin dejarse atrapar por prejuicios, y con verdadero espíritu científico, decidió buscar un método para hacer visible el aura o do­ble etérico. Lo encontró, luego de una prolija investiga­ción, impregnando una lente con una substancia química, que permitió hacer visible al ojo humano la luz ultraviole­ta. Al observar a una persona, con una lente así preparada, el aura se hacía visible como una línea interna que delimi­taba el cuerpo y otra más externa, de una luz casi vaporo­sa que se extendía hacia el exterior. El aura, el ropaje del alma, la fuerza vital, era una realidad física. Las ciencias positivas con su lentitud y morosidad habituales, habían confirmado una vez más lo que la intuición del hombre ve­nía afirmando desde hacía siglos. Llegó Kilner a perfeccio­nar su técnica de tal manera que logró hacer diagnósticos observando a sus pacientes con este método.

En 1911 publica su libro “La atmósfera humana” y pese a que sus investigaciones fueron estrictamente científicas y sin relación con el fenómeno oculto, fue criticado y recha­zado por la profesión médica, como había ocurrido con sus antecesores. (...)

En 1939, el fotógrafo ruso Semyon Davidovich Kirlian descubrió que colocando un ser vivo o parte de él bajo la acción de un campo de alto voltaje se hacía visible el aura y se podía observar la relación entre las alteraciones de la misma y las del interior del cuerpo. Esta nueva técnica abrió el campo a otras investigaciones, entre ellas la locali­zación de los puntos de energía sobre los que actúa una medicina milenaria: la acupuntura."

Para quien se lo proponga, hoy existen, en distintas ciudades de América y Europa, locales destinados a "ver" el aura mediante cámaras específicas y pantallas computarizadas. En algunos casos, incluso, se entregan gráficos explicativos donde consta la interpretación de los es­pecialistas que manejan estos sistemas. No fue fácil, sin embargo, en­contrar gente que pudiera dar testimonio de haber presenciado auras sin mediación tecnológica.

Alba de Cabobianco, psicóloga graduada en la Universidad de Bue­nos Aires, fue la primera persona entrevistada que me comentó su pro­pia experiencia con relación al aura. A lo largo de aquel encuentro, en su casa, en marzo de 2002, Alba me decía:

"Vi auras por primera vez durante el parto de Flavio, mi hijo, que nació cuando yo tenía treinta y seis años. Para mí, tras doce años de ejercicio de psicoanálisis tradicional y sin ninguna formación esotérica, esto era desconcertante. Por entonces estaba más ligada, si se quiere, al existencialismo que a la espiritualidad.

Notaba un resplandor que aparecía espontáneamente alrededor de las personas. En el caso de Flavio, me pertur­baba mucho la velocidad de esa vibración, muy rápida, muy intensa.

Los siguientes siete años me dediqué a investigar nue­vas formas de curación, orientales y occidentales. Tomé contacto, por ejemplo, con la noción de los chakras, a los que se les adjudican colores equivalentes a vibraciones: una visión de la energía del ser humano. Los textos relati­vos a este tema coinciden en que el color sería una expre­sión de determinado modo vibracional, y que los colores más limpios y más sutiles corresponderían a vibraciones más altas. Cada centro energético tiene un color que pre­domina. El `coronario', es decir el que está en la zona su­perior de la cabeza, tiene colores que giran alrededor del azul y el violeta. A diferencia de otros colores, el índigo o azul, hasta donde yo tenía estudiado, no era un color que se manifestara con frecuencia en el aura."

Resulta interesante, hasta aquí, la palabra de dos personas cuya for­mación se remite a saberes no esotéricos. El abordaje que María Luisa Pastorino y Alba dedican al tema auras tiene distintos puntos de par­tida; en el primer caso es netamente profesional; en el segundo, emer­ge enmarcado por una experiencia personal. Sin embargo, ambas mi­radas coinciden en un punto de partida crítico. Esto hace que luego, al cobrar peso propio, la cuestión del aura suene mucho más genuina en sus voces.

En Internet existen profusión de sitios y ofertas que abarcan la cues­tión del aura promoviendo conferencias, consultas personales, e inclu­so asesoramientos accesibles sin moverse de la propia casa, vía red. Uno de los cursos ofrecidos (cursos@holistica.com.mx) coordinado por Maya Toyber Campeche, residente en México, invita a participar de sus conferencias e introduce su especialidad al respecto asegurando que:

La cámara Kirlian no tiene nada de maravilloso, simplemente ha­ce fotografías del "efecto corona", que es un fenómeno eléctrico normal y corriente sin ninguna relación con auras. Verlas desde tu conciencia y usando tu intuición es diferente.

En la misma página web se desarrolla una definición de auras en tanto

conjunto de fuerzas electromagnéticas de densidades variables que salen de los cuerpos físicos vitales, etéreos, mentales, emo­cionales y espirituales.

El campo áurico, según indican los expertos, sobresale del cuerpo con un promedio de un metro a partir de la última superficie de la piel.

Así se extiende por encima de la cabeza, y más allá de los pies, hun­diéndose en el suelo. Además de los seres humanos, tendrían su propia aura, o campo energético -incluyendo al reino mineral, vegetal y ani­mal- cada una de las presencias que nos rodean.

Hay más documentos en Internet que desarrollan el tema. Algunos conceptos se reiteran, otros se reformulan. A modo de síntesis, extrac­to aquí algunos fragmentos que habrán de completar el panorama:

• Albert Einstein nos explicaba que la materia no existe, sino que es una ilusión creada por la velocidad de la vibración de diver­sas formas de energía. Las cosas que percibimos con nuestros sentidos, cuya vibración es muy lenta, tienen una energía que vi­bra al mismo ritmo.

• Todo lo que vibra en el plano físico se nos aparece en forma de materia sólida la ciencia nos ha demostrado que un objeto redu­cido a la más pequeña de sus partículas, esta formado por millo­nes de chispas de energía. Esto indica que hay todo un mundo vi­brando a una frecuencia determinada. El estudio del aura tiene co­mo objeto práctico ayudar a la persona a entender los procesos de cambios en que se encuentra y cómo se van desarrollando.

• El aura se ve de varias formas, generalmente emulando capas de color que bordean el cuerpo; bandas circulares alrededor del mismo, como éter flotando sin forma definida, a modo de flamas de colores que se extienden y desvanecen.

• Debido a que el aura es un plasma etérico, se puede visuali­zar de muchas maneras. Hay personas que tienen la habilidad de percibir el aura de manera natural, con sus ojos físicos abier­tos, gracias a los receptores en forma de conos dentro del ojo que son los encargados de la visión de color. Otra forma de per­cibirla es con el ojo interno (coloquialmente llamado "tercer ojo"). Esto se logra con entrenamiento, ejercicios, práctica y con­tinuo trabajo personal del individuo.

Por Gabriel Sánchez.-ISSA